Ciudad de San Salvador, El Salvador

La globalización la vivimos hoy, en todas partes del mundo, voluntaria o involuntariamente. La tecnología es el protagonista que causó esta revolución, que dio como resultado un cambio/crisis existencial en el ser humano. La arquitectura se somete también a un proceso de transformación y debe adaptarse a los sistemas sociales del presente.

Siendo un bien inmueble, y por ende rígida, su desafío es más grande. De hecho, siempre se ha asociado su duración con su calidad. Las pirámides de Egipto tienen tanta popularidad, en gran parte por su literal resistencia al paso de los años. Es decir, tradicionalmente en arquitectura la permanencia es importante.

La palabra clave que define globalización es proceso. Un proceso nunca es estático. De hecho, vivimos en una sociedad en donde lo único permanente es la impermanencia. Todo cambia, todo el tiempo, y cada vez más rápido, y con esta, nuestra propia identidad. La impermanencia factura inmaterialidad.

Por su misma naturaleza permanente, la arquitectura es una profesión a la que le falta adaptarse a la sociedad actual. Vivimos en ciudades con sistemas urbanos y obras rígidas que corresponden a sociedades anteriores. En 1942, la Carta de Atenas definió ciertos parámetros en materia de urbanismo y habitación, que la gran mayoría de las ciudades adoptaron y se siguen tomando como ideales.

La globalización se vive con mayor intensidad en las grandes ciudades, es aquí donde los problemas sociales y culturales de identidad se agudizan. Por supuesto, entre más urbanizado el espacio los medios de comunicación están mas desarrollados y en consecuencia, se da una mayor cantidad de flujos, energías y transformaciones figurativas de todo tipo. El hombre tiene esta obligación constante de estar informado y actualizado, como si el tiempo fuera su mayor enemigo.

Si la identidad es la relación que se tiene consigo mismo, es bastante complicado encontrarla en una época tan inestable.

Está de más decir que en la ciudad de Guatemala se multiplican cada día más pretencisosas cajas de vidrio, como si la sociedad estuviera orgullosa del terrible contraste social que existe en el país. Cuantos guatemaltecos no presumen su capital frente a San José, a San Salvador, diciendo que es la más ‘moderna’, palabra que por su mal uso nunca deja de impresionar. Nadie presume el resentimiento social que se siente por doquier y todas las estadísticas que la sitúan como una de las ciudades más peligrosas del mundo, una realidad que se ha convertido en identidad del país.

Ciertamente, un país joven con un pasado difícil caracterizado por el esclavismo indígena y una reciente guerra civil, todo con mucho censura. Muy común la mentalidad del guatemalteco que decide abstenerse de ver la situación como es, al punto que se parece normal que no exista una genuina tranquilidad al de caminar por las calles de la ciudad.

Es difícil pensar en la relevancia que tiene la palabra identidad desde una perspectiva  estética en este contexto de crisis. Durante el Salone del mobile, Philipe Starck publicó un cartel que decía que ‘el diseño está en pausa por los siguientes 20 años: hay otras prioridades de extremo barbarismo’.

Es imperativo reflexionar sobre la situación que se vive actualmente en la ciudad, desde una perspectiva consciente y cómo la arquitectura y el diseño tienen absoluta relación con el comportamiento de la sociedad. A veces, la simple altura de un muro puede cambiar la psicología del usuario que camina junto a éste.

No se trata de encontrar un material del área, o de ser sostenible. En estas épocas este comportamiento amigable deberían existir por default. Se trata de ser diseñador antes de ser constructor, antes de ser artista y antes de seguir viviendo en fantasías. Según Bruno Munari, el diseñador es un proyectista que tiene el compromiso de trabajar para la comunidad. El diseñador no puede trabajar únicamente para la élite y mucho menos abstraerse de la situación de su entorno. Se trata de estar alerta y consciente. Ser diseñador es absorber con mucha disciplina, anhelo y extrema curiosidad lo que está pasando en nuestro entorno, en el desarrollo de la ciudad.

Es tan difícil fijarnos estas metas, cuando la mayoría de guatemaltecos trabajan por un interés económico y en ese porcentaje que no tiene tanta necesidad, se manifiesta con más frecuencia la necesidad de ser reconocidos socialmente antes de otras prioridades.

Se deben romper paradigmas, empezar de cero, experimentar. La arquitectura no puede trabajar únicamente con el sentido de la vista, se deben involucrar todos los sentidos antes de concebir las ideas.

No es posible que el efecto de la globalización en Guatemala se manifieste en arquitectura a través de centros comerciales y edificios de vidrio, y enfrentarse a ella usando la reproducción barata de la arquitectura antigüeña. La globalización es algo maravilloso pero debe ser concebida de otra manera. Es de suma importancia abrazarla y adaptarse a ella. La realidad es que la globalización al ser un proceso va generar una arquitectura mucho más fluida y dinámica. Estos simples conceptos de fluidez y dinamismo pueden observarse de manera más tangible cuando se deja de percibir la diferencia entre un exterior y un interior. Un reto que no debería de ser tan grande cuando se vive en el país de la eterna primavera.

Si justamente el flujo de personas, servicios y mensajes, es tan constante que tenemos que concentrarnos en el movimiento y la capacidad de adaptación de espacios y sus funciones, antes de obras estéticas y rigídas que únicamente encuentran soluciones con funciones clásicas y estéticas. No nos olvidemos que antes de analizar la ciudad, debemos incluso analizar las micro sociedades, y los objetos que están en ellas.

Debemos ir mucho más allá de la complejidad, enfocarnos en vivir el proceso, en y en dejarnos fluir por el mismo. Si hacemos bien una sola cosa, y luego una segunda cosa, y luego perfectamente bien una tercera, al final tendremos un resultado espectacular pero siempre nos enfocamos en el presente. Pensemos más en el proceso que en el resultado.

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